lunes, 28 de julio de 2014

Julio, lunes por la mañana...

A estas alturas del verano –y es que ya ha pasado un tercio, como quien no quiere la cosa–, la gente anda ya de vacaciones, descansando del bullicio laboral a base de bullicio ocioso, por lo que se aprovecha la menor afluencia en el transporte público para reducir los horarios o acometer obras de mantenimiento o renovación, por ejemplo. Esa es la teoría. Cuando salgo por la mañana para ir a trabajar, me pregunto cuántos se han ido realmente de vacaciones porque el autobús se llena y para lo que hay en los vagones de algunas líneas de metro el nombre de multitud se queda corto. El nivel de apiñamiento no es muy diferente al de la hora punta en mitad del invierno. Supongo que las mentes pensantes han hecho alarde de un excelente dominio de las matemáticas para conseguir proporcionalidad entre el descenso de viajeros y de servicios de forma que el aforo parezca no haber cambiado.

Cierto es que la línea de metro en que encuentro tanta saturación es más o menos célebre por esta circunstancia, pero eso no me consuela cuando me encuentro empotrada entre la barra vertical a la que intento aferrarme –con la mano que no sostiene el libro– y un hombre que se sujeta a la misma a unos veinte centímetros por encima de mi cabeza –mi metro y medio se lo permite con facilidad–. Hombre, por cierto, tan apegado a mi espalda que no cambia de posición a pesar de los movimientos a nuestro alrededor. Si hubiera espacio suficiente, me atrevería a arrearle un codazo en alguna parte, blanda o no. Este calor ambiental consigue que agradezca salir a la calle, a pesar del bochorno que encuentro, o que me parezca un regalo la baja temperatura que el aire acondicionado deja en la oficina. Los estornudos son circunstanciales.

Cómo echo de menos mi línea habitual, cortada por obras como casi todos los veranos. También echo de menos lo que mi abuela llamaba buenos modales. Ya sé que puede sonar a rancio o pasado de moda, pero es una lástima que algo tan lógico como dejar salir antes de entrar o no empujar a quien va delante parezca una costumbre en desuso y no una norma básica de convivencia. Parece que las prisas y el amontonamiento hacen aflorar lo peor de nosotros. Y el no poder dedicar el trayecto a mi lectura, por la obligada inmovilidad entre cuerpos a punto de ebullición, hace que mi mente se pierda en divagaciones como ésta...


2 comentarios:

  1. ¡Ay! Ese ha sido nuestro problema: considerar rancio y pasado de moda los buenos modales es lo que nos ha llevado hasta estos lodos. En fin, entiendo tu sufrimiento veraniego en el metro. ¡Ánimo! Todo pasa. :D. Abrazos.

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  2. Da un poco de cosica hablar de modales e intentar no sentirte como una abuela al hacerlo XD Lo peor fue: a) no poder abrir el libro y b) el contacto indeseado de salva fuera la parte que me correspondía con salva fuera la otra parte que correspondía al tipejo. No necesariamente por ese orden. Qué gente...
    Ya queda menos para las vacaciones, así que cada mañana es una menos.
    Besucos.

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